Santiago.-Una celda construida en la misma sala de una casa, ha
servido por treinta años para mantener aislado a un hombre que presenta
trastornos mentales.
Entre las precariedades por las
condiciones de pobreza, José Antonio Mirabal de 68 años de edad, pasa sus días
en la vivienda marcada con el número 25 ubicada en la calle diez del
sector Gurabo al norte de Santiago.
“Esta decisión la tomaron mis
padres, debido a que hace más de treinta años mi hermano salía mucho a la calle
y la policía lo maltrataba y yo decidí junto a mi esposo mantenerlo en las
mismas circunstancias para que no escape y le pueda suceder algo malo”, narra
al El Caribe María Disla Mirabal.
La familia decidió construir
dentro de la casa una habitación rodeada con una verja de hierro con una
dimensión de siete pies de largo por seis de ancho, donde pasa los días y las
noches.
En la celda construyeron un
inodoro para que José Antonio Mirabal pueda hacer sus necesidades.
En una ocasión, Mirabal fue
llevado a un centro de salud, pero al parecer las dificultades para brindarle
la atención y el cuidado necesario, obligaron a que la familia volviera a
trasladarlo a su hogar.
La anciana María Disla Mirabal
de 71 años de edad, habita la casa junto a su esposo Lucas Minaya de 82, un ex
instructor militar, que lleva años reclamando una pensión para poder vivir con
decencia y que sobrevive por la caridad de sus vecinos.
“Ellos me dicen que solo me
faltan 400 puntos para poder optar por una pensión, pero pueden ver cómo
vivimos nosotros, necesitados de todo y aún a mi edad tengo que andar
chiripeando”, apunta Lucas Minaya.
Las condiciones de miseria en
que mal vive la familia Mirabal obligan a instalar un anafe de carbón en la
sala que sirve como cocina.
Una libra de arroz que le
regalaron sus vecinos era la comida con que contaban para el domingo.
Tanto los familiares de José
Antonio Mirabal como sus vecinos esperan por una ayuda tanto del ministerio de
Salud Pública como del gobierno central para solventar la pesada carga
económica.
Mirabal apenas puede tararear
algunas canciones que en ocasiones puede recordar.
En la calle diez, se tejen
varias historias sobre las supuestas intenciones que obligaron a los padres a
encerrar a su hijo.
Sin embargo, en las que casi
todos coinciden, era las constantes travesuras y andanzas que obligaban a
fugarse por varios días de la casa y los maltratos que recibía de otras
personas, incluyendo agentes policiales. Para ayudar con la pesada carga,
muchos vecinos ayudan llevando raciones alimenticias o dando dinero para
medicamentos.